Círculo de
Lectura # 180 - Abril de 2024
"Asumir el desgarramiento: una conversación con
Raúl Escalona"
Significado del
legado martiano a la luz de los actuales desafíos que atraviesa la Revolución cubana
Por Gabriel Vera Lopes
Tomado de “La Tizza”, una revista digital que aspira a
convertirse en plataforma de pensamiento para debatir el devenir del proyecto
de la revolución cubana, su relación con las prácticas políticas del día, y sus
futuros posibles.
https://medium.com/la-tiza/qui%C3%A9nes-somos-175a7e267f5a
«La muerte no es verdad cuando se ha cumplido bien la
obra de la vida», dejaba escrito tiempo antes de ese 19 de mayo de 1895 cuando,
en la localidad de Dos Ríos, la muerte encontró a José Martí sobre el campo de
batalla, a caballo y con el sol en la frente.
Martí, el más universal de los cubanos, como alguna
vez lo llamó Fidel, fue un revolucionario, poeta y periodista independentista
de Cuba. Nacido un 28 de enero de 1853, fue el ideólogo del asalto al cuartel
Moncada y uno de los líderes más destacados entre los círculos conspirativos
contra la dominación española.
Este año, el calendario y la memoria quisieron que la
conmemoración del natalicio de Martí se hilvanase con los 70 años de la primera
Marcha de las antorchas, gesta encabezada por Fidel Castro que daría inicio a
las luchas contra la dictadura de Fulgencio Batista.
Conversamos con Raúl Escalona, militante y miembro del
colectivo La Tizza y especialista de la Sociedad Cultural José Martí, sobre el
significado del legado martiano a la luz de los actuales desafíos que atraviesa
la Revolución cubana. A 170 años del nacimiento de José Martí, ¿qué nos dicen
su pluma, su verbo incendiado y su ejemplar heroísmo sobre nuestro presente?
¿Qué significa tener una mirada martiana sobre los desafíos de nuestro
presente?
-
Gabriel Vera Lopes: Este
año se celebra una serie de aniversarios importantes para la memoria histórica
de Cuba. Entre estos se resaltaron el 70 aniversario de la Marcha de las
antorchas, ¿cuál crees que fue la importancia de esa movilización en la actual
coyuntura cubana?
- Raúl
Escalona: Es una
tradición. Eso es importante tenerlo claro porque no es una movilización que
surja por un problema político actual, ni es el resultado de una necesidad
imperiosa concreta del presente; sino que constituye parte de una tradición que
desde hace más de 50 años se realiza en la Revolución.
Inspirada en una marcha realizada el 27 de enero de
1953, en vísperas del centenario de José Martí, cuando un grupo de jóvenes
liderados por Fidel Castro convocaron a una marcha con antorchas. La antorcha
es un símbolo alegórico a la resistencia de la luz en medio de la oscuridad, y
aludía a la necesaria redención de José Martí, que en el año de su centenario
estaba mancillado.
El 10 de marzo de 1952 el general Fulgencio Batista
había dado un golpe de Estado. Como señal de protesta, los jóvenes opuestos a
ese suceso se movilizaron para redimir a Martí diciendo que la dictadura lo
estaba negando y ellos iban a levantar la luz de ese pensamiento. La antorcha
es ese símbolo, es un símbolo muy poderoso que efectivamente ha sobrevivido
durante 70 años.
Entonces esta movilización siempre existe. Lo que
coincide con ella son las causas de su actualidad. Creo que uno de los grandes
símbolos en esta coyuntura ha sido, efectivamente, el de seguir defendiendo el
proyecto de la Revolución y lo que representa. Pero esto, dicho así, es una
abstracción: «el proyecto de la Revolución y lo que representa» no está
diciendo nada concreto. Y decirlo hoy, en un momento donde Cuba está teniendo
cambios significativos en su estructura económica, en su estructura estatal a
partir de la Reforma constitucional de 2019, así como cambios generacionales en
la dirección del Estado, marchar por la Revolución en el criterio que hemos
defendido un grupo de compañeros y compañeras comunistas dentro de las
organizaciones políticas significa marchar por la línea histórica y, podemos
decir, por el proyecto de alcanzar toda la justicia social.
Es decir que si existen estos cambios, no sean cambios
que vayan en detrimento de la Revolución, que vengan a limitar u obstaculizar
su avance; sino que deben ser cambios que deben subordinarse al programa
histórico de la Revolución. Que por determinadas coyunturas no puede seguir una
marcha ascendente continua, sino que tiene que pasar por momentos de
concentración para volver a expandirse.
Creo que la movilización del 27 de enero logró en
alguna medida ese sentido. Fue una gran manifestación popular de respaldo a la
Revolución y no sólo a las medidas gubernamentales. Porque hay que diferenciar
también lo que significan ambas cuestiones. La Revolución como gran proyecto
histórico de justicia social, que inició como real para todo el pueblo el
primero de enero de 1959, pero que antes de eso tiene una historia y tiene un
desempeño en luchas y en acumulados. La antorcha de Martí, sus ideales y lo que
representa como histórico acumulado y mística fundamental de nuestra nación,
tiene que ver con esa defensa. Valores que tenemos que seguir defendiendo,
incluso con las transformaciones coyunturales o tácticas, sin abandonar nunca
el carácter estratégico de la marcha histórica del pueblo cubano hacia la
justicia social y la defensa de la emancipación plena del ser humano.
- G.V.L: Haces una distinción entre la
Revolución como proyecto y horizonte, por un lado, y las estructuras del Estado
y el Gobierno, por el otro. De esta manera, el apoyo al proyecto de la
Revolución puede o no coincidir con un apoyo gubernamental. ¿Cómo distinguirías
estos dos elementos? y, a partir de ahí, ¿cómo crees que se puede pensar ese
vínculo?
R.E: Creo que uno de los autores que en los finales
de su vida manejó esta tesis es Fernando Martínez Heredia, que habló de la
relación entre el proyecto y el poder. Y creo que quien integró magníficamente
este problema en su práctica política fue, precisamente, Fidel Castro. Si se
analiza la historia de la Revolución desde sus instituciones, como lo han hecho
Juan Valdés Paz y otros autores que han trabajado este problema, constatamos
que existe una variación en estructuras estatales, en constituciones, en leyes.
Vivimos en septiembre del año pasado lo que fue la transformación del Código de
las Familias, que cambia con respecto al existente de los años setenta. O sea,
esas variaciones estructurales, esas variaciones de estructura del Estado, de
concreción específica de la manera de organizar un proceso, podemos decir que es
el poder. Así lo declara Fernando Martínez Heredia. Y siempre han existido
variaciones del poder.
Pero existe efectivamente un proyecto. Un proyecto que
es un poco más amplio, más trascendente, que logra materializarse y objetivarse
en militancias concretas. Entonces la relación se tiene que dar siempre en cómo
el poder permite realizar ese proyecto histórico. Un proyecto que consiste en
borrar todas las discriminaciones, todas las explotaciones y todas las
opresiones. Lo cual supone, incluso, salir del mundo colonial, lo que supone
salir del subdesarrollo en determinado momento. El proyecto es ese. Amplio,
utópico, cargado de sueños y deseos, pero también de dolores y sufrimientos, de
necesidades muy concretas que se fundamentan en los horrores del mundo capitalista.
¿Cómo se realiza ese proyecto? Con la organización
concreta de una sociedad: en los centros de trabajo, en los lugares de estudio,
en los barrios y también en los ministerios. Pero no se puede abandonar la
mirada de que el poder no existe para sí mismo, de que el poder no existe para
realizarse ad infinitum. No, el poder existe como la forma en que el proyecto
tiene que ir realizándose en la sociedad. Y esa es una tesis — y un legado —
muy valioso y muy potente de Fernando Martínez Heredia que debemos reivindicar.
Cuando hablamos de la Revolución nos referimos a esa
idea trascendente y al nombrar al Estado y sus estructuras debemos hacer esa
distinción, que es de método, porque en la percepción colectiva se entremezclan
todas las cosas. Efectivamente existe una estructura del Estado concreto. Pero
existe una alegoría, una forma trascendente de organizamos como militancias y
como revolucionarios. Una forma trascendente que es la esperanza.
La esperanza no tiene una forma estatal. La esperanza
es un sentimiento que nos conduce a sacrificarnos. Ahí es donde radica el
proyecto de la Revolución: la confianza en que precisamente ese sacrificio vale
la pena y que efectivamente podemos llegar a un mundo mucho mejor.
- G.V.L: Hilvanando el problema del vínculo
entre el proyecto y las fluctuaciones de poder durante estos más de 60 años de
la Revolución, ¿cómo crees que se vincula el proyecto de Martí con el proyecto
emancipatorio de la Cuba actual?
R.E: El proyecto martiano es un proyecto «radical y
armonioso» como él mismo lo denominaba. Armando Hart insistió mucho en esa
idea. ¿Por qué? Porque en la independencia cubana, Martí, a diferencia de los
revolucionarios anteriores a él, logra mirar más allá del momento exacto de la
independencia. Es decir, además de observar la guerra como procedimiento
político para lograr la independencia, Martí logró distinguir la guerra de la
revolución, y esa constituye una distinción muy reveladora y significativa en
su pensamiento.
En su concepción, primero llegaría la guerra y luego
vendría la revolución. Porque la revolución tuvo un carácter de transformación
profunda de las relaciones que se daban en la sociedad colonial. Por eso habló
de una Segunda Independencia de la América Latina. Es decir, había que sacarse
a la colonia de la costilla porque entendía que el colonialismo español había
quedado en nuestra tierra agazapado como un tigre — que es la imagen que usó en
Nuestra América — y que ese tigre en cualquier momento podía salir y hacer
mucho daño.
Entonces, ahí existe una diferencia sustantiva en el
proyecto emancipatorio martiano, que se distingue de los movimientos
independentistas que solo pretendían la independencia formal.
Martí entiende que en la república hay que hacer una
revolución, hay que transformar estructuras sociales, hay que tomar el problema
de los pobres de la revolución de la tierra, hay que atender el problema
clasista, hay que atender el problema racial. Ya desde su brillante prédica
revolucionaria, como la denomina Fina García Marruz, él logra con el verbo
encendido poner todos estos problemas ante el pueblo cubano en la emigración
patriótica y en los textos de Patria; logrando hacer visible el problema del
racismo, el problema del colonialismo y el problema de la pobreza. Hay en Martí
un acumulado histórico que se trunca parcialmente con su muerte, pero pervive
en determinados bolsones en la República cubana posterior.
Ese acumulado histórico está ahí: reside como herencia
en una parte del pueblo y su intelectualidad. El Movimiento 26 de Julio, el
asalto al Moncada y la Generación del Centenario lo reivindican. Porque
precisamente esos problemas históricos que Martí detectó en su momento, que
detectó en su tiempo, no solo que siguen existiendo, sino que se han agravado.
La dominación imperialista sobre la que Martí escribió, no solo existía en ese
contexto, sino que quizás estaba en su apogeo bajo la forma de una dictadura
militar apoyada directamente por el gobierno de los Estados Unidos.
Entonces hay una asunción de la Generación del
Centenario de esos problemas históricos que Martí planteó; no sólo como una
guerra de liberación nacional sino como una revolución. En esta perspectiva —al
decir del intelectual Luis Toledo Sande— es donde cobra sentido la autoría
intelectual del asalto al Moncada atribuida por Fidel a Martí. Incluso hoy
sigue siendo autor intelectual de los nuevos combates.
La libertad no es suficiente si no nos sacamos, decía
Martí, el colonialismo y todos estos problemas de las entrañas. La Revolución
asume esa tradición. Por eso hay una canción que dice algo así como que Martí
lo prometió y Fidel lo cumplió.
¿Cómo nos podemos enlazar a ese proyecto emancipatorio
martiano que es extraordinariamente adelantado para su época? Un proyecto
martiano que logra detectar los problemas del imperialismo norteamericano sin
denominarlo de esa manera y apunta que en Cuba se decidía el equilibrio del
mundo y que sería la Isla el posible bastión sobre el cual avanzaban los
Estados Unidos sobre la América Latina.
- G.V.L: Y en esta actualidad, donde no solo
la Revolución atraviesa importantes cambios, sino que también pareciera que la
Revolución es asechada por una crisis de envergadura, ¿cómo se enlaza hoy la
revolución como proyecto con ese proyecto martiano?
R.E: Yo creo que la relación es muy directa, la
revolución no es el cumplimiento de un programa o de una acción concreta. La
revolución es un movimiento de actualización, de ampliación constante de un
programa político constante que logra detectar nuevas causas y combatir por
ellas. Que logre incorporar nuevos problemas y combatir por su solución, sin
abandonar nunca la actualidad del pensamiento martiano.
¿Acaso podemos decir que no hay racismo? No, hay
racismo en Cuba, existe racismo estructural y que también la Revolución, como
una Revolución concreta, se reproduce en determinadas instancias.
¿Podemos decir que se acabó el colonialismo? ¿Podemos
decir que no somos sociedades colonizadas cultural y económicamente? No podemos
decirlo. Y es ahí donde siguen estando los combates fundamentales que Martí
pensó en su época como acumulados históricos que regresaron. Claro que no
podemos pensar con las mismas palabras, ni con las mismas estructuras que pensó
Martí. El enlace en que se encuentran esos proyectos históricos está en el
origen mismo de la Revolución cubana.
En esas encrucijadas se juega la continuidad del
proyecto martiano. Precisamente en decidir si el sacrificio que se ha
emprendido durante ya casi 65 años debemos continuarlo para poder alcanzar una verdadera
emancipación o si abandonamos el impulso del pensamiento martiano, y
traicionamos a Martí. Esa es una encrucijada continua de la revolución como
proceso real: preguntarse si valen todos los sacrificios y avanzar, o si es
hora de abandonar el proyecto nacional revolucionario y patriótico.
“La revolución no es el cumplimiento de un programa o
de una acción concreta. La revolución es un movimiento de actualización
constante, de ampliación constante de un programa político que logra detectar
nuevas causas y combatir por ellas”
- G.V.L: Señalabas que en la concepción
martiana el problema de la independencia política tiene una relación con el
proceso de la emancipación social. El pensamiento de Martí se encuentra muy
atravesado por lo que tradicionalmente podemos llamar «la cuestión social». En
este presente que por momentos pareciera ser tan adverso, ¿a qué sujeto se les
presentan esas encrucijadas que señala la Revolución?
R.E: El sujeto depositario sigue siendo «el pueblo
si de lucha se trata», como diría Fidel en La Historia me absolverá. Incluso es
una relación mucho más compleja: porque hoy los sujetos en donde se intersecan
las opresiones, ese sujeto quizás entienda que su enemigo inmediato, que quien
esté causando su opresión más cercana, es el gobierno del país. Que la escasez
pudo haber sido provocada directamente por la ineptitud del gobierno. Pero
habría que preguntarse, y yo creo que la política y la historia siempre nos
inquiere sobre esto, si los enemigos del gobierno son los aliados de ese sujeto.
Es decir, si la sustitución del gobierno por sus enemigos actuales — que
podemos identificarlos con la derecha proimperialista que conspira y que
promueve el fin de la Revolución — van a ser los que van a solucionar
efectivamente las demandas de ese sujeto popular.
Una reflexión que no puede prescindir de entender que
efectivamente ese sujeto popular está sufriendo de una manera descarnada los
efectos de la crisis, los errores de la burocracia y los errores del gobierno y
también sufre los errores no provocados por el enemigo. Existe eso.
Entonces, hay que preguntarse si los enemigos de la
revolución son los posibles ejecutores del programa de soluciones que necesita
el pueblo. Martí sigue hablando de ese oprimido: con los oprimidos hay que
hacer causa común. Ese sujeto popular cubano que está sufriendo todos los
efectos de esta crisis es nuestro aliado, el principal aliado de los
comunistas. Y los comunistas debemos actuar como los aliados de ese sujeto
popular fragmentado y desgarrado. Pero cuando el efecto de la crisis se
acrecienta y una parte del sujeto popular identifica al gobierno como el
principal responsable, efectivamente hay una fractura. Algo se rompe.
En ese punto es necesario entender que hay algo que el
campo de la revolución no ha logrado explicar. Hay algo que el campo de la
revolución no ha logrado hacer para colocar un matiz en esa situación tan
difícil, en esa situación tan grotesca.
Entonces yo te diría que sí, que ese programa que tú
le denominas de naturaleza social, ese programa tiene que seguir siendo el
adoptado por la Revolución, tiene que seguir siendo el objetivo de la
Revolución. No de una manera asistencialista, sino de una manera profundamente
liberadora. Pero hay que pensar siempre si los enemigos de lo que representa la
Revolución ahora mismo van a resolver o se plantean la solución de las
dificultades que tiene el sujeto popular. O si, por el contrario, la ejecución
de ese programa que pueda dar soluciones a los problemas acuciantes de nuestro
pueblo sigue siendo un punto de mira del programa del gobierno y de la
Revolución.
Efectivamente ahí le va la vida a la Revolución: en
conservar su base social, que siempre han sido los más humildes.
- G.V.L: Toda acción política implica una
pedagogía. Martí es un gran pensador de la pedagogía. En ese sentido, ¿qué
vínculo se puede estrechar entre ese sujeto que sufre y la práctica pedagógica
revolucionaria?
R.E: Yo creo que Martí es un pedagogo de su propia
vida. Es un pedagogo en su propia práctica política porque no sólo era capaz de
convidar con el convencimiento de la palabra, sino con el convencimiento de sus
actos. Martí era el primer militante de su prédica.
Una imagen de esta pedagogía es su actitud cuando
fracasa el plan de La Fernandina. Él siente que sobre él iban a venir a
demostrar de ese fracaso, lo cual le causa una enorme desesperación. Uno de sus
biógrafos lo narra, siente una desesperación tan grande que eso, lejos de
derrotarlo, le da más impulso y logra rearmar casi que milagrosamente la
revolución y logra emprender la tarea de llevar a los principales generales a
Cuba. Eso es una enseñanza pedagógica también. Es decir, en un momento donde
pareció que prácticamente los esfuerzos de años de colectas de dinero del
Partido Revolucionario Cubano se habían perdido. Es un momento de desesperación
absoluta para el movimiento revolucionario independentista. La reacción de José
Martí no es de hundirse en la depresión, sino la de redoblar la apuesta, de
apurar la marcha.
Por eso a veces la imagen de ese Martí poeta, de un
tipo melancólico, que casi que está en la esquina oliendo flores y se muere de
amor, es una imagen un tanto distorsionada. Ese momento es bastante duro, luego
del esfuerzo de tres años pareció que de pronto se desaparece todo. Sin
embargo, lo que hace eso es insuflarle más energía y en un tiempo muy corto
logra reunir un dinero y traer la guerra a Cuba y a los principales generales
con unos recursos escasos.
Ahí hay una pedagogía revolucionaria muy intensa. Nos
dice que en los momentos de más dureza política no sólo hay que empeñarse en la
causa que uno defiende, sino que hay que hacerlo con astucia. Una pedagogía que
llama a ser parte del sufrimiento. O sea, sentir en carne propia lo que
significa un fracaso. Creo que eso es algo que necesitamos. Martí era capaz de
transmitir ese sentimiento de desgarramiento que significaba para un cubano no
estar en su país, no tener una patria; y era capaz de transmitirlo no debido al
uso de una técnica «comunicativa», sino como parte de su propia vida, porque él
sintió ese desgarramiento.
Nosotros, y cuando digo nosotros no solo me refiero a
los revolucionarios cubanos, sino al pueblo cubano y los dirigentes cubanos,
debemos ser capaces de transmitir lo que significa el desgarramiento del
bloqueo, el crimen de no poder construir en relaciones de igualdad con el mundo
el proyecto de Nación por el que apostamos, y que ese proyecto sea saboteado a
cada minuto en una guerra sin bombas.
Porque el bloqueo no solo hay que transmitirlo en
cifras. El bloqueo hay que transmitirlo en el desgarramiento que significa. El
principal crimen del bloqueo es lo que nos imposibilita hacer: la esperanza que
nos quita, el aciago que representa la escasez. El pueblo cubano debería ser un
pueblo que piensa de la manera más sublime las formas de emanciparse y, sin
embargo, el pueblo cubano es un pueblo que por causa de la escasez tiene que
vivir pensando en cómo y qué comer muchas veces.
Eso no nos quita lo sublime, pero nos resta tiempo
para construir el futuro que queremos. Y esa circunstancia hace que, como
Martí, tengamos que redoblar los esfuerzos y sacar de donde no hay, porque si
en aquel momento había que llegar a Cuba así fuera en una uña, hoy debemos
sostener la esperanza de la Revolución en las situaciones más difíciles, y
debemos hacerlo de manera sincera, razonable y testimonial, no con panfletos y
discursos vacíos que oscurecen toda esperanza.
Ese desgarramiento hay que transmitirlo y la pedagogía
política martiana puede contribuir mucho. Supongo que escucharlo debe haber
sido mucho más impresionante. De hecho, hay un testimonio de un tabaquero al
que le preguntan «¿Y usted entiende algo de lo que dice Martí?». Pues bueno, la
escritura y la oratoria martiana son extraordinariamente enrevesadas. Y el
hombre responde: «no, no entiendo lo que él dice, pero cuando lo escucho,
siento deseos de morir por él». Es un testimonio que recoge Fina García Marruz
en su libro El amor como energía revolucionaria en José Martí.
La pedagogía política era él mismo. Era la vida misma
de la Patria hablando y escuchando todos los desgarramientos. Entonces
nosotros, de esa pedagogía política martiana tenemos que asimilar lo que
significa la revolución y transmitir lo que significa la revolución desde ese
sentimiento profundo. Porque la revolución no es sólo un problema de cuchillo y
tenedor, retomando a Rosa Luxemburgo. La revolución es una experiencia
subjetiva que consiste en salir de relaciones alienadas, salir del malestar al
que nos reduce la sociedad capitalista. La revolución tiene que ser eso
también, tiene que ser un sentimiento desgarrador del mundo viejo para
convertirse en un sentimiento renovador: una experiencia de vida gratificante
del mundo que estamos viviendo. Vivir en la causa. Y si uno es un dirigente,
ser el primer militante de la esperanza.
- G.V.L: Asumir el desgarramiento de las
injusticias, así como mantener una práctica dialógica y pedagógica con quienes
sufren, pareciera una capacidad ajena a las prácticas de las burocracias
estatales. ¿Qué lugar ocupa la burocracia, así como las prácticas burocráticas
en la actualidad cubana, en su crisis y en la Revolución como proyecto?
R.E: Yo no me atrevería a decir que hay una clase
social burocrática. Ese es un debate muy extenso, que no me siento en capacidad
de abordar. Pero sí quiero señalar que la burocracia es muy heterogénea. Un
hijo de obrero puede llegar a ser el más dogmático primer secretario del
partido. Porque del pueblo no solo emergen flores, también emergen espinas. Y
no podemos romantizarnos ni idealizarnos como pueblo. En este proceso es el
pueblo educándose a sí mismo.
Si uno va a las direcciones del Poder Popular, a las
direcciones del Partido o del Gobierno, no va a encontrar privilegiados ni
personas con apellidos complejos. Van a verse Pérez y Rodríguez y gente de
extracción popular. Gente que cumple sus funciones bien o lo hace mal. Por eso
la importancia de la pedagogía se puede explicar por ahí también: es el pueblo
aprendiendo de sí mismo a gobernar. Ese es un gran drama: a nosotros, a la
Revolución cubana, nadie nos dijo cómo tenía que ser o cómo había que hacer.
No está escrito. En esa entrevista que realiza Ignacio
Ramonet a Fidel le pregunta qué error pudieron haber cometido y él dice: «creer
que alguien sabía cómo se hacía el socialismo». Es precisamente eso. Un pueblo
que nunca se ha gobernado, un pueblo que de pena tiene la tarea de conservar la
ciudad, que de pena tiene la tarea de organizarse, y que nunca lo había hecho.
O que sólo lo había hecho mediante mecanismos de disciplinamiento del
capitalismo. Mediante formas que aparecen el control en la clase media,
mientras los hijos de las clases altas dirigían las grandes empresas.
Disciplinando a las clases proletarias para que recojan la basura, chapeen el
patio y mantengan la belleza burguesa. Entonces de pronto desaparecen esos
mecanismos de disciplinamiento y emerge ese carácter maravillosamente
heterogéneo que tiene cualquier pueblo del mundo, no solo el cubano. Emerge en
su mal vestir, en su mal hablar, en su mala educación, pero también en sus
buenas costumbres, en sus formas de conservar los lazos comunitarios y de
solidaridad.
Cuando hablamos del funcionario, del burócrata, hay
que entender también que ese funcionario, ese burócrata, no viene del éter.
Viene también de ese pueblo ignorante que no tuvo padres universitarios. Tiene
que ir asimilando un discurso. No sabe cómo ser un hombre nuevo, ni una mujer
nueva. ¿Eso donde se aprende? La dominación hasta ahora nos lo indica, nos lo
dice en el tejido social. Tú eres negro, gaucho, mujer, chicana, latino en
Miami, y para todo eso tiene muchas funciones. Pero cuando ese tipo de poder
disciplinador desaparece, ¿cómo se organiza la sociedad? Por eso la Revolución
cubana es una búsqueda y está llena de errores en esa búsqueda.
El capitalismo no fracasa buscándole un nuevo rol a
los oprimidos o a los explotados. Esos roles ya los tiene preestablecidos.
Sabes muy bien qué es lo que tienes que hacer si naciste en un barrio
industrial o si eres un directivo potencial. Está prefigurado y existen modos
de hacerte entender cuál es tu lugar.
La Revolución, en su búsqueda, se propone hallar un
nuevo rol concreto, provechoso y virtuoso para todos y todas. Un lugar en la
sociedad mediada por la dignidad como principio ético. Porque la Revolución va
por la dignificación de las personas. Pero, de nuevo, ¿eso dónde está escrito?
No existe. Hay que construirlo y en su construcción está permeada de todas
estas contradicciones. Hay que construir sobre el dogmatismo, sobre el
oportunismo, sobre la corrupción, sobre la penetración imperialista, los servicios
especiales, una posible invasión, una crisis económica, la escasez, la miseria,
los enfrentamientos. Entonces la complejidad es muy grande... es enorme. El
proyecto de la Revolución es enorme.
- G.V.L: Un carácter procesual y permanente de
la revolución...
R.E: La revolución es ese movimiento, es esa
actualización constante del programa político del pueblo. Debe andar,
perfeccionando sobre el camino, y corrigiendo sobre la marcha. Sin perder ese
fundamento esencial que es alcanzar efectivamente un estado de justicia
superior.
Y en ese andar hay que ir naturalizando la
solidaridad, no solo el egoísmo.
Hay que naturalizar el ser solidario, hay que
naturalizar el ser empático, el ser comprensivo. ¿Y acaso lo hemos
naturalizado? Sin dudas en algún momento ha habido más naturalización de eso en
Cuba que en estos momentos. Porque la Revolución tiene sus regresiones, así
como lo tiene el combate. De eso va la Revolución.
En estas fechas martianas, debemos preguntarnos si
están encendidas nuestras antorchas. Y si con ellas podemos iluminar la
regeneración del proyecto revolucionario.